Tus alas se expanden,
lentamente, más allá de lo esperado, hasta abrazar el planeta. Todo se eleva.
En este momento cada ser se eleva. No existe la gravedad en tu cuerpo. No
existe el conflicto en el mundo. Hay paz en el corazón de cada cosa.
Las alas elevan a cada ser, no porque
le asciendan, sino porque permiten al espíritu descender.
Esto redondea tu alma, lima sus
aristas para que ningún tropiezo en ella pueda ser dañino. Es una mesa que lo
mismo está vacía, como al instante siguiente llena de comida. Tanto lo mucho
como lo poco caben en tu alma, tanto inspirar como espirar se dan en tus
pulmones.
En la presencia espiritual, la
resistencia ante placer y dolor desaparece. Desde tal ecuanimidad se vislumbra
el camino correcto. Mucho más allá del premio del placer o el castigo del
dolor, está el camino correcto. La ecuanimidad es experimentar sin emitir
juicios.
Se necesita una profunda
espiritualidad en el cuerpo para que las alas crezcan, pero no para volar y
alejarse del planeta, sino para abrazar con ellas a la tierra. Iluminarse no es
ser ajeno a lo que existe. Iluminarse es que todo lo que existe se ilumine a la
vez que uno. Permanece ahora en esta ecuanimidad que se abre paso en tus
células.